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Cuando el agua entra en la conversación cultural

  • Foto del escritor: Futurísmica LAB
    Futurísmica LAB
  • 5 nov
  • 3 Min. de lectura

F-VERDE


El agua no es un tema nuevo para el arte, pero vuelve con otra densidad. En un mundo donde empieza a medirse, cotizarse y restringirse, su presencia simbólica crece en el campo cultural. En exposiciones, residencias y proyectos curatoriales de distintas latitudes, resurge como materia, metáfora y territorio. Su presencia creciente revela algo más que una tendencia.


Un regreso

En los últimos años, el agua volvió a filtrarse. Desde residencias artísticas hasta exposiciones internacionales, creadores de distintos contextos están repensando su vínculo con este elemento en peligro.


Menos del 1 % del agua dulce del planeta está disponible para uso humano, según la US Environmental Protection Agency. El dato condensa el pulso de nuestra era: vivimos rodeados de abundancia aparente, pero con recursos cada vez más limitados.


No sorprende, entonces, que el agua se haya convertido en un lenguaje común entre arte, ciencia y tecnología, una forma de hablar de lo que nos sostiene, nos conecta y, a veces, nos desborda.



De la crisis al flujo

Programas como S+T+ARTS AQUA MOTION, impulsado por la Comisión Europea, invitan a artistas a explorar nuevas relaciones entre agua, cuerpo y tecnología. La iniciativa combina residencias, investigación y creación colaborativa para imaginar soluciones poéticas y prácticas frente a la escasez y la contaminación.


Otro ejemplo reciente es la exhibición Water Pressure: Designing for the Future, en el MAK de Viena, que reunió diseño, arte y reflexión crítica en torno al agua como recurso en tensión.


En América Latina, laboratorios como LABverde (Amazonas, Brasil) proponen una práctica más situada: salir del estudio, habitar el territorio y escuchar su ritmo. En estos espacios, crear es también cuidar, y la observación de un río o un humedal se convierte en un manifiesto político.



Cultura líquida, futuros porosos

Hace casi un cuarto de siglo, Zygmunt Bauman describía la modernidad como una época “líquida”: inestable, cambiante, sin estructuras duraderas. Hoy, esa metáfora se vuelve tangible en la cultura contemporánea. Las prácticas que trabajan con el agua ya no hablan solo de ecología: revelan una sensibilidad que asume el flujo, la interdependencia y la incertidumbre como condiciones creativas.


Ya no se trata solo de representar la naturaleza, sino de trabajar con y para ella: dejar que los procesos naturales, la humedad, los ciclos o el azar participen en la creación. El arte líquido no busca fijar imágenes, sino abrir cauces. No impone forma: la encuentra en movimiento.



Poder acuático

Mientras artistas y curadores vuelven a mirar el agua, la política y los mercados hacen lo mismo, pero desde otro lugar. El agua cotiza en la bolsa, las corporaciones invierten en su gestión como si fuera petróleo y los Estados avanzan en su control como si se tratara de una nueva frontera. En los países del norte, se paga cada litro de agua caliente; en el sur, se privatizan ríos, lagos, napas.


Mientras tanto, su consumo invisible sostiene la era digital: los data centers, la inteligencia artificial y el streaming necesitan miles de litros para enfriar servidores y mantener en línea el mundo que creemos inmaterial. Lo líquido ya no está solo en los ríos: también circula por las redes que moldean nuestra vida cotidiana.


El agua, que fue símbolo de lo compartido, hoy se vuelve indicador de desigualdad. No es casual que el arte la traiga de regreso: tal vez lo hace para recordarnos lo que el mercado intenta olvidar. El agua se vuelva hoy eje cultural justo cuando empieza a ser también un activo geopolítico. El arte parece intuir lo que la economía confirma: el agua será uno de los territorios más disputados del futuro.



Recordar el agua

En El agua y los sueños (1942), Gaston Bachelard escribió que el agua es la materia de la ensoñación: el elemento que invita a disolver los límites y contemplar lo que fluye. Décadas después, Ivan Illich, en H₂O and the Waters of Forgetfulness (1985), advirtió que la modernidad había convertido esa sustancia sagrada en infraestructura, en dato técnico, en recurso.


Entre ambos se traza una línea: pasamos de soñar el agua a medirla. Pero esa memoria vuelve a agitarse: artistas y comunidades buscan reencantar lo líquido, devolverle su poder simbólico y sensorial. Recordar el agua hoy es un acto estético, político y, sobre todo, vital.


Para pensar: Si el agua está volviendo a ser el lenguaje común entre ciencia, arte y comunidad, ¿qué revela de nuestra forma de habitar el presente? ¿Podemos crear —y vivir— como el agua: fluyendo, conectando, regenerando?


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El agua no es un tema nuevo para el arte, pero vuelve con otra densidad. En un mundo donde empieza a medirse, cotizarse y restringirse, su presencia simbólica crece en el campo cultural.
El agua no es un tema nuevo para el arte, pero vuelve con otra densidad. En un mundo donde empieza a medirse, cotizarse y restringirse, su presencia simbólica crece en el campo cultural.

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